Los motivos tradicionales para posicionarnos en el desarrollo de infraestructuras no reflejan las nuevas dimensiones de riesgo y rentabilidad.
Según un análisis reciente de Roland Berger, los fondos especializados en infraestructuras recaudaron más de 150.000 millones de dólares el año pasado, un 24% más que el año anterior y un 50% más que en 2019. En los últimos cinco ejercicios, la inversión solo cayó en 2020, en medio del desplome pandémico.
Parece evidente, por lo tanto, que cada vez son más las personas que se interesan por destinar una parte de sus inversiones a proyectos vinculados a la gestión de la energía, la digitalización, el transporte o la administración de servicios públicos como el agua, el gas, la electricidad y, a veces, la telecomunicaciones.
Deutsche Bank estima en su informe CIO Special que, para mantener la demanda mundial prevista, la inversión global en infraestructuras antes de 2040 debería rondar los 97 billones de dólares. Los motivos tradicionales de los inversores para poner su dinero en el sector han sido, principalmente, cuatro:
- Flujos de caja predecibles a largo plazo. Se firman contratos a largo plazo o acuerdos operativos para la infraestructura financiada.
- Protección contra la inflación. Los contratos indexados a la inflación son una práctica habitual.
- Baja correlación con otras clases de activos. Los rendimientos dependen a menudo de factores como contratos a largo plazo, normativas y concesiones.
- Protección contra la volatilidad. Las inversiones en infraestructuras pueden considerarse menos sensibles a ciclos económicos y caídas del mercado.
Sin embargo, advierte el informe de Deutsche Bank, estos indicadores se han quedado cortos para los inversores, porque han aparecido nuevos tipos de infraestructuras (como las digitales y medioambientales) y ya no basta con clasificarlas todas por el tipo de mercado (cotizado o no cotizado, de renta variable o de deuda) del que forman parte.
Por eso, sigue el análisis de la entidad alemana , hace falta una nueva clasificación de las inversiones en infraestructuras que se ocupe más de la relación entre el riesgo y la rentabilidad y que las divida en:
- Core: grandes infraestructuras esenciales tanto para la sociedad como para la economía. Ejemplos: instalaciones críticas de generación de energía.
- Core-plus: activos similares a los de las infraestructuras core, aunque carecen a menudo de cualidades monopolísticas y/o conllevan cierto riesgo de desarrollo.
- Value-add, entre los que destacan proyectos energéticos o centros de datos en fase de desarrollo.
- Oportunistas, incluidas infraestructuras en mercados emergentes o activos con dificultades financieras.
El informe CIO Special de Deutsche Bank recoge con más detalle esta nueva forma de diferenciar los proyectos de inversión en infraestructuras y también el distinto papel que juegan en ellos el riesgo, los flujos de caja corrientes y la revalorización de los activos a la hora de obtener la rentabilidad.
Esta clasificación se convertirá en un instrumento muy útil que servirá para analizar mejor un mercado (cotizado o no cotizado, de renta variable o de deuda) en fuerte transformación tanto por la incorporación de las infraestructuras medioambientales o digitales como por las nuevas formas de evaluar su necesidad y eficacia o por los recursos que, por ejemplo, los fondos especializados están consiguiendo atraer para financiarlas. Un mercado en el que, al mismo tiempo, seguirá siendo importante continuar valorando la predictibilidad de los flujos de caja a largo plazo, la baja correlación entre las infraestructuras y otros activos y la protección contra la inflación y la volatilidad.
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